Texto de Carlos Jiménez
“En Azagra, colgar la hamaca,
cada mes de junio,
es inaugurar una estación del alma.
Es poner cuerpo y mente al ralentí.
Un elogio a la lentitud.
Celebrar el reencuentro.
Suspender las prisas,
del gancho de los afectos.
Las hamacas tienen nombres, apodos y verbos de mujer.
Caligrafiados con rotulador permanente.
Son una invitación a conjurar, conjugar y aplicarnos
el bálsamo protector de los verbos reflexivos y recíprocos;
permitirnos, celebrarnos,
priorizarnos, brindarnos,
merecernos, mimarnos…
Ponen en sordina el engranaje productivo y acelerado del mundo,
sublimando la inacción como una de las Bellas Artes.
Salpicadas por un solysombra de grititos, risas, charlas, bingos,
chapoteos, cafésconlecheyhielos, siesticas y vinicos.
Las hamacas son la elipsis
de los cuerpos a los que mecen.
Tan variopintos y diversos como ellas,
que se pliegan y despliegan, contornean y florecen.
Expresándose, oreándose, curtiéndose,
vitaminándose, energizándose al sol.
Habitándose y fundiéndose
con los elementos.
Son todas dignas en su similitud.
Todas válidas, policromáticas
y hermosas en su singularidad.
En su esencia.
Despojadas de artificios,
su desnudez, acumulación y sucesión,
aplanan las diferencias de clase y origen
para danzar leves, libres e iguales,
al frescor del mismo cierzo.
Para volver a juntarnos.”