Todas las superficies de esta casa 
 a mi paso
 me devuelven un golpe. 
 

 Así que procuro mi paso cada vez más lento,
 para que, ojalá,
 las cosas lleguen a encontrarse
 en un tacto almohadillado
 hasta absorberse.
 

 Quizás por eso en mi pintura todo flota un poco.
 Porque de esta manera,
 suspendidos, sin tocarse,
 sin proyectarse en sus sombras
 deformes
 cohabitan los objetos*.
 

 

 Para que el silencio pueda darse en absoluto.
 Existe la pintura.
 Para concocer cómo sería sin todo lo que sobra.
 

 

 *Guiño a la poeta Miriam Muñoz Trapero.
 
  ¿Cómo hilar la intensidad?
  Cómo trenzar toda esta magia que acontece,
 que me acontece y empuja cuando abro en canal el alma
 casi abierta por completo
 y me dejo querer por la vida que siempre me da tanto 
 No sé porqué, debe ser mi última y mejor vida 
 en la que sólo me queda aprender a amar con la verdad, verazmente,
 calavéricamente a duplo cubo de candelas
 

 Cómo signar la comprensión poética del lenguaje y la cultura que importo
 de esta impronta sonora 
 Cómo sonará mañana en mi memoria esta catarata de esencia de todo del revés
 y vuelta adentro, estando ya tan fuera, 
 tan contigo que no preciso parar para sentirme, 
 porque yo soy ahora con todas las cosas que me encuentran tranquila
 

  Se abrieron en raudales mis costados,
 siempre oprimidos por un azul europa que creía bello 
  Ahora el turquesa y preto en tiras tuerce mis pasos,
 mi mirada siempre amarella encontró por fin destino entre las mangas 

  Ahora sé que yo soy una manguita, 
 y que aquí estaba mi sueño de palmeras vermellas.
  El púrpura aquí es rojo y yo una rubia que parece brasileña
 y que vibra en la la misma honda del barullo de acá fuera, 
 bien dentro en la conciencia 

 Dos horas antes de todo, parecía que, sin este yo viajante, 
 casi casi me tornaba verde.
 Era el turquesa apagándose en mi vida vacía
 Era la mentira cuajando bilis intensa 
 Intensamente muerta me diría. 
 Absolutamente incierta
 

  Vuelo de regreso con la verdad,
 alejándome a la vez de cualquier certeza,
 presa del amor 
 de los colores que desprenden, 
 infinitos los morantes de la que anelho sea mi tierra, 
 mi a-mar selvático de esencias 
 libres de todo gris que plague penas.
 

  La violencia no es más que la vivencia impuesta de otro canon 
 zozobrante de desdichas y carente del olor a calor que aquí se mueve, 
 haciendo cobrar raíz a cualquier loto, 
 batiendo cuerdo al loco 
 y a mi alma callejera. 
 

  La muerte es una mera circunstancia que acompaña a la vida,
  al sucesso de estar viva.
 
Huelo el futuro desde aquí. 
 Puedo sentirlo ahora que el sol centellea 
 y el calor también se huele.
 Sonrío mirando adelante porque hoy, 
 al menos hoy, 
 tengo la certeza de que lo mejor está por llegar.
 Imagino una tarde de agosto 
 riendo en un balcón soleado 
 junto a mi madre y mi hermana. 
 Como tres adultas enamoradas de su relación. 
 Me imagino fuerte y capaz de hacerlas soñar, 
 de volar al dolor pasado y convertirlo en tierra de barbecho, 
 en barro caliente con el que moldearnos como guerreras de terracota. 
 Nos imagino sintiéndonos y bien. 
 Disfrutando del silencio en compañía. 
 Disfrutando del presente, 
 tan lleno de nosotras que huele a fruta madura.
 Hoy tengo la certeza de saber cuidar a mi familia 
 y de que ellas son mi obra maestra, 
 las mujeres de mi vida.
 
 Parece que me alejo de mi propio cuerpo al crecer 

 y que esta distancia es una parte más,
 un ser nuevo que completa el haber sido.
 

  Me tomo en la distancia
 domando las carencias 
 para que al sentarse parezcan virtudes.
 Dominando la esencia 
 para que no crezca más que la distancia,
 para que sean dos tempos
 marcando un crecimiento armónico
 un ser 
 en un espacio de color terciario
 
  Obsevo al crecer
 con este nuevo filtro de matisse inteligente
 o que queda de aquello que creía ser, 
 lo que se crea al crecer 
 y las creencias que resisten al doble tempo.
 

  Solo una parte de lo que asomo a entender será importante.

  Cuando dejo de ver 
 cambio el filtro. Mermo la doma y apuro el ritmo
 para avistarme aún de más lejos.
 
Crecimos 
 y la casa se nos quedó pequeña
 entre desventura y parsimonia.
 El miedo, por instinto, quedó oculto
 tras el miedo a lo conocido.
 Lo que antes supuso dificultad,
 motora y emocional,
 se convirtió en un mismo olor familiar,
 lecho de certezas, magma.
 La propia vida. Nosotros. 
 
 Pero crecimos más
 
 Ya maduros entendimos la infinitud
 que soportan tan pequeños rincones,
 soportales de memoria, 
 de nostalgia pegajosa entre los dedos que acarician paredes. 
 Entendimos lo rugoso y lo pulido de vivencias tales,
 de sentidos sin direcciones,
 de emociones constitucionales.
 
 Y una vez crecidos, remaduros,
 apestado a buen curtido,
 a resina,
 a sabia savia,
 siendo puro instrumento humanizante,
 desoyados sonreímos,
 conformados a la talla de nuestro propio paso, 
 al amor de todos los modos hallados.
 

 
 Ya lo dije 
 Así que no me hagas repetirlo.
 No preguntes si entendiste bien o si entendiste mal 
 porque eso quieres. Mal.
 Me costó decirlo y ya lo dije
 Así que no me hagas repetirlo.
 Porque puede que comience a gustarme demasiado.
 No.
 Ya empiezo a entenderlo.
 No necesito jugar para ganar, porque siempre gano yo.
 No.
 Siempre gano yo.
 

 
No había allí nadie durmiendo y sin embargo, olía a sueño.
 

 Era un cálido vapor que se queda en las paredes,
 abajo, porque los sueños pesan
 Tuvo la imagen de un durmiente en ese lecho,
 hermoso, con las mejillas sonrosadas 
 Como un perfecto bebé de 23 años.
 Cerró los ojos y quiso soñar el sueño de aquel bebé 
 mientras levantaba los estores para abrir paso al día. 
 Era como comentar la noche durante el desayuno, pero mejor: 
 en silencio. La vaga honda de la felicidad. 
 Ese instante de estar tan bien dentro 
 que poco importan las pesadillas de fuera.
 El mundo que se violenta, en esta calma pareciera pasado.
 Pareciera de otra la vida que espera
 mientras se siente dueña de esta casa a la que apenas viene.
 Sacude el polvo entre sonrisas, evocadas por conversaciones que no serán 
 
Se sonroja soñando su propio sueño.
 
 Mejor así, dijo el cobarde.
 Que todo sea una farsa alimenta la verdad escondida de mi corazón.
 Sé que podría existir una vida verdadera, pero no lucho por ella porque, si fracaso,     deja de existir su posibilidad.
 Nosotros no seremos nunca ese tipo de nada. -Dijo el valiente-
 Seremos la nada nada.
 
 Mente inerte, caliente 
 de hiriente hielo seco que me emana de las tripas,
 me empapa las sientes y me atrapa 
 
 En sus constituciones reconstituyentes,
 el huyente oyente se deprime 
 y yo 
 queriendo llorarlo me consuelo sola 
 y le grito y le deseo
 buenas noches.
 
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